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lunes, 31 de enero de 2011

17 de abril


Jesús tuvo que venir para aprender de las experiencias de esta vida, ¡y en nuestro caso es igual!

«Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió obediencia.» (Heb.5:8) ¿Por qué tuvo que aprender? ¿Acaso no era Dios? ¿Acaso no lo sabía todo?
¡Por encima de todo, Su Padre celestial quería enseñarle a amar a la humanidad, a amar a la gente; a amarlos tanto como para estar dispuesto a morir por ellos! ¡Eso fue lo que aprendió Jesús cuando estuvo aquí: a ver su sufrimiento, a compadecerse de ellos, a querer sanar a los enfermos y salvar sus almas! ¡Aprendió a amarnos tanto que estuvo dispuesto a morir por nosotros, para salvar no solamente nuestros cuerpos, sino también nuestros espíritus inmortales, nuestras almas!
¿Y para qué tuvo que aprender esas cosas? ¿Para olvidarlas y dejarlas atrás sin más, al marcharse de este mundo? ¡No! ¡Para llevarlas consigo, para conservar todos aquellos conocimientos, toda esa experiencia, y tener así mayor compasión y amor por nosotros y poder ayudarnos más, aquí y en el más allá! (Ver Heb.4:15,16)
Si hasta Jesús aprendió a obedecer al Padre mediante lo que sufrió aquí en la tierra, ¿cuánto más tendremos que aprender nosotros?

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