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viernes, 27 de mayo de 2011

30 de julio: Dios tiene que limpiarnos diariamente.

Quizás suene raro, pero todo el que cree en Jesús es un santo. A veces pensamos que la santidad es una situación permanente, pero en realidad las palabras «santo» y «santificar» provienen de una raíz griega que significa limpiado, separado y puesto aparte para uso futuro. Es posible que no seamos santos perfectos ni inmaculados, pero Su sangre nos santifica. Jesús nos toma, sucios de pecado, y lava nuestros pecados con Su sangre y nuestros malos pensamientos con Su Palabra. (1Jn.1:7; Ap.7:14b; Efe.5:26)
La santificación no es algo que sucede de una vez y para siempre al recibir la salvación. Es un proceso constante. Cuando Jesús les lavó los pies a los discípulos en la última cena (Jn.13:4-12), quiso demostrarles que con haber sido limpiado una vez por el Señor y nacido de nuevo, es suficiente. Pero a pesar de ser una nueva criatura, si se chapotea en la mugre de este mundo al servir al Señor, es necesario un poco de limpieza cada día. ¿Pasa acaso un solo día sin que pequemos? Pues no, ninguno de nosotros es perfecto. Somos humanos, y Él tiene que limpiarnos a diario la mente, los pensamientos, el cuerpo, nuestras acciones y nuestras palabras. Una vez tras otra debemos ser lavados y puestos aparte. ¡Jesús lo ha hecho y sigue haciéndolo!

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