Deberías
probar un poquito de oración cada día, tempranito en la mañana, antes de
comenzar a trabajar, para pedirle al Señor que te ayude, te dirija y te guíe. ¡En
cuanto te levantes, antes que nada, habla con Dios! Recibe Sus instrucciones
para el día y te sorprenderá cómo te resolverá muchos problemas antes de que el
día siquiera comience, sólo escuchando lo que tenga que decirte!
¡Pero si te sumerges en todos tus problemas y
preocupaciones, y en las tareas del día, sin detenerte a hablar con el Señor y
recibir Sus instrucciones, serás como un músico que decide dar un concierto
antes de afinar su instrumento! ¡Comienza el día con la Palabra de Dios y la
oración, y armoniza primero con El!
Jamás vayas a pensar: "Es muy difícil
orar", o "¡no tengo tiempo para orar!" ¡Cuanto más cargado se
presente el día, más razón tendrás para orar, y más deberías orar! Si le
dedicaras un poco más de tiempo a la oración, descubrirías que no pierdes tanto
tiempo después, tratando de terminar las cosas, porque si tu día está envuelto
en oraciones hay menos posibilidades de que sea un fracaso. ¡Es así de
sencillo!
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