El sufrimiento es un catalizador: es el tiempo
que pasas en el tubo de ensayo para que se vea si ya tienes la gracia necesaria
como para soportar algo por fe, o si te hace recurrir a la gracia y acudir al
Señor.
El sufrimiento siempre logra una de estas tres
cosas: purifica, humilla y limpia a los que somos salvos y nos acerca aun más a
Dios; o hace que algunos de los que no son salvos acudan a Dios, y los lleva al
arrepentimiento y la Salvación cuando claman al Señor en medio de su
sufrimiento; o por último, hace que algunos maldigan aun más a Dios y sean así
aun más merecedores de Sus juicios.
El Señor permite que el Enemigo pruebe a las
personas; a menudo el Diablo hace sufrir a la gente con la esperanza de que
maldigan a Dios aun más y se vuelvan contra El. El Enemigo señala con su dedo
acusador al Amor de Dios, deseando que "maldigan a Dios y se mueran",
como le aconsejó a Job su mujer. Pero el Señor quiere que lo puedan soportar
con fe y que confíen en El de igual manera, que digan, como Job: "¡Aunque
él me matare, en él esperaré!" (Job 13:15)
¡Señor, ayúdanos a dejar que nuestras penas y
sufrimientos hagan brotar lo mejor de nuestro interior! ¡En el nombre de Jesús,
amén!
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