No fue solamente lo que decían
los cristianos lo que convirtió a Roma al cristianismo, ¡sino la forma en que
morían! Fue la muerte alegre de los cristianos abrasados en la hoguera o en las
fauces de los leones, cantando himnos, dichosos y alabando al Señor, lo que
convirtió al imperio romano y al emperador. Su misma muerte vino a ser su
último testimonio. Esa es una causa por la que vale la pena morir: ¡por la
salvación de las almas y para infundir fe!
Ofrendar tu vida por Jesús y los demás es tu
testimonio final, el mayor testimonio, el testimonio más grande que puedes
brindar. "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus
amigos" (Jn.15:13). El mártir pagará cualquier precio, irá a cualquier
extremo, sufrirá cualquier agonía, hará cualquier sacrificio.
Pues sí, algunos seremos martirizados. Es
cierto, algunos moriremos por nuestra fe, ¡dichosa, alegre y felizmente, en una
llamarada de gloria conforme damos testimonio y testificamos! Esa es la clase
de muerte voluntaria que constituye un testimonio, nuestra graduación, nuestra
liberación, y entraremos en nuestra recompensa! "Bienaventurados los que
mueren en el Señor. Sus obras con ellos siguen" (Ap.14:13). ¡Gracias,
Jesús!
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